Con más de cinco décadas de trayectoria, el Teatro Libre de Bogotá ha sido pionero en el teatro colombiano, marcando una huella profunda en la escena cultural y social de la región. Nacido en el contexto del movimiento del Nuevo Teatro Colombiano y vinculado inicialmente a luchas políticas, el grupo ha evolucionado hacia un enfoque profesional que prioriza la calidad artística sin abandonar su esencia crítica. Durante el FIAV - Festival Internacional de Artes Vivas 2024, en Loja, Teatro Libre presentó la obra En este pueblo no hay ladrones, una obra basada en el cuento del escritor colombiano Gabriel García Márquez, adaptada para las tablas. AWC conversó con Miguel Diago en Loja, para conocer más sobre su historia, sus desafíos y cómo el concepto de libertad permea su labor como espacio de reflexión, resistencia y conexión humana.
Miguel, cuéntanos un poco sobre el Teatro Libre.
El Teatro Libre es un grupo permanente y estable de trabajo profesional que lleva 51 años de actividad ininterrumpida. Surgió en el contexto del movimiento denominado Nuevo Teatro Colombiano, del cual somos herederos. Este movimiento fue impulsado por maestros como Santiago García y Enrique Buenaventura, quienes influyeron directamente en la fundación del Teatro Libre, aunque nuestros fundadores provenían de otro sector de Bogotá.
El teatro moderno en Colombia tiene sus raíces en los movimientos estudiantiles universitarios, lo que lo liga estrechamente a las luchas políticas de la época. El Teatro Libre comenzó como un grupo de militancia política vinculado a un movimiento maoísta conocido en Colombia como el MOIR (Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario). Sus integrantes, en su mayoría estudiantes de Filosofía y Letras de la Universidad de los Andes, una de las más elitistas del país, decidieron emprender este camino político y artístico.
Con el tiempo, el grupo se enfocó completamente en el teatro profesional, despegándose del activismo político directo, aunque conservando en su ADN la convicción de que el arte y el teatro son revolucionarios siempre que sean críticos y significativos. Desde entonces, hemos buscado crear un repertorio basado en los grandes temas de la humanidad, a través de textos clásicos de dramaturgia universal —como los griegos o Shakespeare— y obras contemporáneas propias. Ya no hacemos teatro panfletario, sino que trabajamos para nutrir y cuestionar la vida interior del espectador a través de historias y personajes. El Teatro Libre cuenta con dos sedes en Bogotá: una en el histórico barrio de La Candelaria y otra en Chapinero. Estos espacios también albergan eventos importantes como el Festival Internacional de Jazz y otras actividades culturales, incluyendo nuestra programación regular de repertorio.
Un hito importante es nuestra Escuela de Formación de Actores, que lleva más de 32 años formando profesionales. De esta escuela han surgido actores reconocidos a nivel nacional e internacional, quienes hoy en día pueden verse en diversas plataformas. Actualmente estamos en un proceso de renovación, con una nueva generación que asume las riendas del grupo, heredando y a la vez reinterpretando la esencia de nuestros fundadores. Yo, como director, llegué al Teatro Libre en 2017 como asistente de Ricardo Camacho, nuestro director principal. Juntos dirigimos En este pueblo no hay ladrones, basada en un cuento de Gabriel García Márquez, que aborda la violencia en los espacios rurales de Colombia y que presentamos en el Festival de Loja.
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¿Crees que el teatro puede ser un espacio para la autorreflexión social desde una perspectiva comunitaria? ¿Cómo puede apoyar el proceso de emancipación de estructuras opresivas y hegemónicas en Ecuador?
Las realidades de Ecuador y Colombia comparten muchas similitudes. Ambos enfrentamos desafíos políticos, económicos y sociales similares, como las desigualdades entre el centro y la periferia, y problemas derivados de la narcoviolencia.
El Teatro Libre, aunque no se adscribe a un estilo específico como teatro comunitario o de objetos, busca conectar con distintas realidades a través de su programa de formación. Nuestros estudiantes, en su última etapa, realizan giras autogestionadas por diferentes regiones de Colombia, enfrentándose a contextos diversos que enriquecen su práctica y les permiten dialogar con comunidades.
Más allá de esto, el teatro en sí mismo es una manifestación profundamente humana y transformadora. Genera procesos críticos que fomentan el discernimiento frente a la opresión y las hegemonías, mientras ofrece a las comunidades oportunidades de expresión y desarrollo. En regiones vulnerables, el teatro puede ser una alternativa frente a dinámicas violentas, proporcionando espacios para la creatividad y el crecimiento personal.
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¿Qué significado tiene para ustedes el concepto de libertad en el contexto del teatro?
El teatro es un espacio de posibilidades infinitas, y desde ahí se vive como un acto liberador. Primero, porque rompe con los esquemas tradicionales de trabajo: los artistas no tenemos horarios fijos, dedicamos largas horas al entrenamiento, ensayo y función, lo cual nos desafía constantemente y nos aleja de la rutina.
Desde lo social, la libertad radica en la capacidad de generar historias y encuentros que enriquecen el mundo interior del público. Cuando logramos conectar con cuestionamientos profundos sobre nuestra humanidad, estamos participando en un proceso liberador. El teatro nos transforma y nos lleva a reflexionar sobre nuestra posición en el mundo, generando un cambio en nuestra percepción y en nuestra acción.
A lo largo de más de cinco décadas, el Teatro Libre ha mantenido una postura crítica y comprometida socialmente. ¿Cómo ha evolucionado su enfoque hacia el teatro político en respuesta a los cambios en la sociedad colombiana?
El principal cambio está en la profesionalización. En sus inicios, el Teatro Libre era un grupo de jóvenes sin formación formal en teatro, motivados por urgencias políticas y sociales. Hoy, después de más de 30 años, las nuevas generaciones somos egresados de programas profesionales, lo que ha elevado el nivel técnico y artístico de nuestro trabajo.
Aunque hemos dejado atrás el teatro panfletario, mantenemos una postura crítica a través de las obras que elegimos y el contenido que abordamos. No buscamos complacencias ni trabajamos con actores famosos; para nosotros, lo esencial son las historias y los temas que tratamos. Obras como las de Gabriel García Márquez nos permiten ofrecer una mirada cruda y crítica sobre la realidad latinoamericana, manteniendo viva la esencia de nuestra misión inicial, pero adaptándola a las tensiones y retos del presente.
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- Image credits
Cover: Courtesy of Teatro Libre.
fig. 1: En este pueblo no hay ladrones, adapted from the story by Gabriel García Márquez. Courtesy of Teatro Libre.
fig. 2: Un hombre es un hombre, adapted from the play by Bertolt Brecht. Courtesy of Teatro Libre.
fig. 3: En este pueblo no hay ladrones, adapted from the story by Gabriel García Márquez. Courtesy of Teatro Libre.