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FARMVILLE

Una historia de frontera.

  • Essay
  • Nov 21 2023
  • Natalia del Carmen Eduardo
    Estudió Ciencias de la Cultura y Filología en la Universidad de Potsdam y una maestría en Estudios Latinoamericanos en la Universidad Libre de Berlín. Investigadora en el campo de la filosofía y sociología de la ciencia y tecnología, memoria histórica y estudios de género. Gestora cultural y activista, forma parte de la colectiva VOCES de Guatemala en Berlín y de la revista Alba Lateinamerika lesen. Ciclista apasionada y escritora de poesía y cuentos cortos.

Antes de que el programa fuera vendido, entrábamos con los nombres de nuestro animal ancestral según el calendario maya, conocidos como nahuales. Ajmac y yo congeniamos muy bien a la hora de bloquear las cuentas sospechosas. Nos moríamos de la risa rastreando la ubicación desde donde estaban intentando acceder a la página. Aparecían lugares que ni siquiera encontrábamos en los mapas o variaciones de ciudades españolas en Latinoamérica, en donde solo se cambiaba una B por una V, una N por una M y de repente nos teníamos que imaginar cómo sería vivir en un lugar con el nombre de Berga. Las preguntas que teníamos que responder, como vacacionistas Juniors, eran tan sencillas como suicidas. Estábamos asignados al área de reclamo de un juego de granja online. A Ajmac, B’atz y a mí nos tocaba decirle a los clientes que llamaban que no les podíamos devolver el dinero de Farmville por el hecho que les haya tocado una mala cosecha, por ejemplo, o que era imposible cambiarles el género a sus animales a su santo gusto. Una de las respuestas piloto que aprendimos en la semana de entrenamiento, en la que trabajamos sin paga, era: “Im sorry Msr. XXX, but the idea of this game is to make it as close to reality as possible, and our programmers configure the harvest development following the real weather diagnosis of the year.” Estas eran las conversaciones que llenaban las horas en que se iniciaba el turno de las 4am, adelantados siempre en el tiempo, de acuerdo a la hora de Estados Unidos, adelantados siempre en el tiempo. Entrábamos en el sistema con nuestros signos espirituales y desde ese momento se registraba toda la actividad. En el turno de diez horas teníamos 6 minutos de bathroom pause, y 30 minutos de lunch. Con K’at, la dinámica era diferente. Teníamos la misma edad, pero nuestro sentido del humor era distinto. K’at se tomaba muy en serio a las personas que nos llamaban del norte, y tenía el mejor inglés de toda la sección. Él estaba en el grupo de los Juniors porque una ONG había financiado una inspección en call centers en Centroamérica y la nuestra había resultado denunciada por contratar a menores de edad. La consecuencia fue que a la empresa le tocó reorganizar los grupos por edad y ofrecernos un contrato de practicantes, en el que debía constar que sólo ganábamos por comisión y por reclamo recuperado. La razón por la que nos dejaron escoger un seudónimo era que les permitía no tener que dar nuestra identidad legal.

K’at es un signo de fuego, tiene una energía fuerte y mucho poder de influencia.También significa “cautiverio” y es un recordatorio constante de nuestra falta de libertad. Cuando los gringos empezaban a amenazar con traquearnos y mandarnos a despedir, decíamos: “One moment please, we will put you with our supervisor” - y le extendíamos la llamada a K’at. Su parsimonia y su manera de explicarles a los clientes sobre la lógica de la granja nos sorprendía constantemente. K’at les invitaba a pensar en el ciclo de las cosechas y en la importancia de  cultivar con paciencia, de acuerdo al  ritmo de la naturaleza y no al del juego. No reaccionaba a los insultos de la forma que todos esperábamos. Más bien, fijaba su mirada en un punto lejano y oscuro de la pantalla con el teléfono a mano. Muy seguido, sobre todo a Ajmac y a mí, nos preguntaban de dónde éramos (stupid mexicans) y desde dónde trabajábamos. A Ajmac, que era muy citadino, se le notaba la procedencia en la forma en la que hablaba de las direcciones usando referencias como si todo el mundo supiera dónde quedan las cosas; “Recto, recto, y debajo del puente del árbol Coca Cola, hasta la calzada del hospital Roosevelt”, o “En el tercer semáforo después del Campo de Marte, se va para la izquierda y ahí no hay pierde”. Antes de la muerte de su padre, vivía en el complejo militar para familiares del ejército. A B’atz y a mí nos llevaba en auto al trabajo y nos encantaba preguntarle los detalles del condominio donde vivía, de qué colores eran los juegos para niños o si los hombres estaban todo el tiempo uniformados. Le pedíamos que nos describiera los momentos en los que veía a los militares hacer cosas tan mundanas como recoger la caca del perro en el patio. Para él esas preguntas no tenían sentido, no  percibía grandes diferencias entre los militares y los demás, salvo la vez que vio a su padre pedir un helado de fresa y dejar que se le derrita en la mano sin darle un solo mordisco, mientras observaba, con tristeza, cómo las gotas iban explotando sobre unas hormigas que transportaban hojas en el suelo. El enredo que se armaba alrededor de las hormigas asesinadas era curioso, unas iban por las hojas que quedaban sin transporte, otras por el helado y otras por sus compañeras moribundas en medio de aquél asfalto caliente y podrido de la infancia de Ajmac. Tras la muerte del coronel no les quedó mucha herencia. El trabajo y las pertenencias de esa familia regresaron en su mayoría al ejército. Por eso se pasaba los días atendiendo quejas por teléfono y practicando inglés con la idea de irse a estudiar economía a Londres. Su nombre nahual es el símbolo del pecado, de la vida y la muerte. Tiene mucha sabiduría, y muestra valentía en momentos inesperados.

Decirles a los clientes de dónde éramos y dónde estábamos estaba terminantemente prohibido. Los supervisores nos decían que eso baja inmediatamente la confianza de la gente. Los productos locales son de mejor calidad, nos decían, guiñándonos los ojos. Del grupo, sólo K’at conocía bien Estados Unidos. Cuando nos gritaban al teléfono que de dónde éramos, K’at nos acercaba un papelito con dos opciones: Dakota del Sur o Dakota del Norte. Era fácil de recordar y se podía pronunciar sin mucho inglés. De allá venía K’at, el lugar donde más maíz se cultiva en el mundo. Lo habían regresado de los cornfields un día que la policía soltó a sus perros y los dejó perseguirlo por los pasillos de aquel terreno amarillo arena. Lo más alienante para él era el orden del maíz, nos contaba. En su casa, el maíz se cultiva con el sistema “milpa”, es decir, que crece mezclado, por ejemplo, con frijol. —Las hojas de frijol nacen enredadas a la planta y los nutrientes lo agradecen— decía. Allá en  USA había mucho espacio entre un maíz y otro, estaban enfilados como si fueran a la guerra, como si no se conocieran entre ellos, siendo lo mismo, dando lo mismo. No le gustaba caminar en esos pasillos enormes de matas tristes, altas y calladas. “Se escucha el silencio del viento sobre las corrientes de los pasillos”, nos decía, mientras volvíamos cada uno a su cuadrícula después de la pausa. Esa fue la última temporada de llamadas y reclamos en la que estuvimos con K’at. Él se marchó antes del período de recorte, pero no pasó la frontera de México antes de que colisionara el camión donde iba escondido. Se dio contra una montaña en una curva, dejando todo el capó sembrado contra la tierra. Algunos sobrevivientes desaparecieron antes de que llegara la tira, más tarde se encontraron cuerpos a unos kilómetros en el perímetro. No se sabe cuántos lograron seguir. Cómo contabilizar la muerte de alguien que en teoría no está ahí. Al parecer, alguien arrastró a K’at a la orilla del asfalto y quedó acurrucado en la línea entre el cemento y el granito con pasto. Muy rápido, sin embargo, se reorganizó la vida, y la carretera quedó nuevamente libre al paso.

A Ajmac no lo he vuelto a ver. B’atz y yo quedamos en el call center, con un contrato Senior de más horas, más llamadas, más pisto. Farmville fue perdiendo clientela con el tiempo y ya no le importa una mierda a nadie. Ahora nos dedicamos a los reclamos de los clientes de Walmart. A veces, en mis momentos de nostalgia, no me resisto a entrar en la cuenta de K’at, que nunca me atreví a cancelar del todo. Le mantengo a sus animales, que viven bien, amontonados, mirando a la misma dirección. El corn en cambio, quedó débil. El juego me ofrece comprar refuerzos que lo hacen grande, fuerte y abundante. Imagino a K’at. Él pondría los cuatro colores del maíz: amarillo, blanco, negro y rojo. Entran llamadas para Walmart, y antes de proceder a la compra, cierro la sesión.

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    Cover: courtesy Natalia Eduardo.

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